Myriam Stefford by José Frattini

Myriam Stefford by José Frattini

autor:José Frattini [José Frattini]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-04-18T00:00:00+00:00


VIII

Pedro, el capataz de Los Cerrillos, y Ramón, uno de los peones, les dieron la bienvenida en la estación de trenes con una amplia sonrisa, de satisfacción por el regreso de su patrón y de cómplice aprobación por la joven extranjera.

En un cómodo automóvil atravesaron el centro de Córdoba, donde se apreciaba que la pujanza trataba de desplazar aceleradamente cierto aire de aldea. No era bulliciosa como Buenos Aires ni se veían los típicos arrabales de las metrópolis; aquí se notaba una calma provinciana.

No demoraron mucho en dejar atrás las casas y edificios del centro urbano, y tomaron el camino hacia el sudoeste, donde se extendían infinitas pasturas de un verde intenso. A medida que avanzaban, se divisaban con más claridad las elevaciones de la cadena serrana cordobesa.

Luego de recorrer algunos kilómetros, el vehículo se apartó de la carretera, cruzó una tranquera y se introdujo por un camino de tierra en el campo que Raúl le indicó a su compañera como de su propiedad.

A la flamante Myriam Stefford se le antojaba inconmensurable la extensión de las tierras. Después de la pradera, vio la variada arboleda que interrumpía el paisaje bucólico. Pinos, cipreses, casuarinas, álamos, eucaliptos y un abanico de árboles frutales de distintas especies conformaban una postal edénica.

Traspasando una suave loma, quedó al descubierto el casco de la estancia. Era una casa de grandes proporciones, con reminiscencia colonial. Un poco más alejados, había un conjunto de galpones.

Se advertía un incesante ajetreo de hombres, mujeres y niños que trabajaban para Barón Biza. La mayoría se apuró a cerrar un círculo alrededor del automóvil detenido para saludar al estanciero y escudriñar sin disimulo a Myriam Stefford. Ella recordó las imágenes de los libros que había leído sobre Argentina. Efectivamente, eran personas rústicas, cuya piel bronceada por el sol tenía surcos que volvían indescifrable su edad. Algunos con botas, otros con un humilde calzado de tela y la mayoría con pañuelos anudados al cuello. Los más próximos se apiñaron descubriendo su cabeza, quitándose los sombreros y las boinas, para estrechar las manos de los recién llegados. Los dedos oscuros y callosos contrastaron con la pálida y suave piel de Myriam, quien no tuvo inconveniente en agregar al saludo algunos besos repartidos en las mejillas.

La gente parecía contenta con el regreso de su señor y este devolvía los gestos con afectuosas sonrisas, mencionando a cada uno por su nombre.

Le anunciaron que, tal como él lo había dispuesto, tenían preparada la larga mesa debajo de los cipreses y en pocos momentos más estaría listo el banquete de carne asada que llevaban horas preparando. El paladar de Myriam no estaba acostumbrado a la carne vacuna, pero igualmente le resultó sabrosa.

Casi no preguntaba nada. Permanecía con sus ojos bien abiertos, reteniendo cada detalle de esta novedosa y acogedora experiencia. Siempre sonreía, especialmente, cuando el capataz le acercaba una bandeja y le sugería con esmerada amabilidad alguno de los variados cortes.

Raúl le había reservado para después del almuerzo la recorrida por el interior de la casa. Y hacia ella se dirigieron los dos solos, después de agradecer y despedir a todos.



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